Publicado originalmente en Cibersur (Enero 99)
Como decía Aida G. en esta misma sección (CiberSur, nº 1, p. 27), los orígenes de la Informática se sitúan hace mas de 3.000 años. Quizás no sea muy conocido que Cálculo viene de calculus, piedrecita en latín, pues éstos fueron los bits de los dameros que los romanos usaban como calculadoras.
Sin duda, la prehistoria de cualquier ciencia es una época apasionante. Y de ésta que tratamos aquí, la informática, aún más, al estar poco estudiada. El sueño del cálculo mecánico que apasionaba a Leibnitz, la máquina universal de razonamiento del mallorquín Llull o la cabeza parlante de San Alberto Magno, que Santo Tomás de Aquino destruyó porque veía en ella a la encarnación del diablo son predecesores casi legendarios de nuestros actuales ordenadores de mesa. Las máquinas ambulantes de Dédalo, los autómatas mecánicos del XVIII, el Golem y las muñecas parlantes de Edison enlazan desde el pasado o la fábula con las fábricas robotizadas de hoy.
De todo esto me gustaría hablar más despacio, pero otro día. Hoy, nuestro viaje temporal tiene un destino más cercano: los precursores de los ordenadores. O mejor dicho, los precursores de los precursores: la generación menos uno.
El primer precursor del ordenador (o más bien de la calculadora) es el inmemorial ábaco, aún en uso en muchas culturas actuales no precisamente atrasadas como la japonesa. Es famosa la anécdota del enfrentamiento entre el soldado Thomas Nathan Wood, del servicio contable de la Armada de los Estados Unidos y Kiyoshi Matsuzaki, empleado de la Caja de Ahorros nacional en el Japón ocupado de 1945. Armado el primero con el último modelo de calculadora electromecánica y el japonés con un ábaco tradicional, concursaron en cinco pruebas de rapidez y exactitud, correspondiendo la victoria al portador del ábaco en cuatro de ellas por una sola del americano.
Del ábaco al ENIAC (Electronic Numerator, Integrator, Analyzer and Computer), la última gran calculadora antes de la invención del ordenador propiamente dicho, sólo hay una diferencia de hardware. El soporte lógico que ambas máquinas (y todas las calculadores mecánicas o electromecánicas intermedias) comparten es el mismo. La electrónica que utilizaba el ENIAC servía para hacer funcionar un sistema decimal de anillos compuesto por tubos de vacío del mismo modo que los dedos de un manipulador experto manejan las bolas de un suan pan chino, un soroban japonés o un stchoty ruso.
La primera aproximación a una máquina mecánica de calcular fue hecha por el escocés John Napier (1550-1617), el inventor de los logaritmos neperianos. La máquina de multiplicar de Napier permitía, mediante un sistema de cubos colocados en columnas, leer el resultado de la multiplicación de dos números.
Contrariamente a lo que se piensa, no fue Pascal el inventor de la primera máquina de calcular, sino Wilhelm Schickard (1592-1635). Su reloj calculante, construido más o menos en la fecha del nacimiento de Pascal (1623) realizaba sumas y restas mediante ruedas dentadas y utilizaba los logaritmos de Napier para hacer multiplicaciones. También disponía de marcas que hacían el papel de una primitiva memoria y de una campanilla que advertía del desbordamiento (overflow) de las operaciones. Desgraciadamente, la época turbulenta que vivía el Sur de Alemania impidió que esta máquina pasara a la historia. Schickard murió víctima de la peste y su máquina fue destruida en un incendio, posiblemente provocado por los mercenarios que campaban por sus respetos en la zona durante la guerra de los Treinta Años. Afortunadamente, una carta dirigida a Kepler conteniendo los planos de la máquina los salvó para la posteridad.
Para otro día dejamos las calculadoras propiamente dichas: desde la pascaline de Pascal y la máquina de Leibnitz a las gigantescas electromecánicas de mediados del siglo XX, pasando por las máquinas de Babbage y otros ilustres antecesores.
2005-02-09 01:00 | Categoría: |
Enlace permanente | Etiquetas: |
Y dicen por ahí