Estimado señor funcionario de la CE –le diría-, me doy perfecta cuenta de que en su concepción de la vida las leyes del mercado son sacrosantas. Sin embargo, y pese a que dichas leyes no tengan en cuenta ni la paloma de Noé, ni al Mesías, ni el templo de Apolo, ni a la pitonisa, ni la cama de Ulises y Penélope, se lo ruego, permita que nuestros olivos sigan viviendo en paz hasta que decidan morir por su cuenta. Es verdad que nuestra época se caracteriza por ser de las más desventuradas, pero francamente, me parecería ya demasiado cruel, y tal vez hasta vergonzoso, dejar en herencia a los habitantes del próximo milenio los sagrados kiwis de DelfosRecomeindo vivamente leer completo este viejo artículo de Antonio Tabucci. Sin más comentarios por mi parte... por ahora
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