Cambalache 3,14 - La vidriera irrespetuosa


Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé.

Honrar la vida

Eso de durar y transcurrir
no nos da derecho a presumir.
Por que no es lo mismo que vivir,
honrar la vida.
A sus 74 años, un 31 de agosto de 2005, nos quedamos sin Eladia Blázquez. Ahora es de los tiempos que vendrán, mientras se escuche un tango.

Eladia supo honrar la vida

Murió en un sanatorio de esos que ayudan a morir sin pagar la injusta factura del dolor; peculiaridad de los tiempos nuevos a los que ella, ELADIA BLÁZQUEZ, cantó, y además les dio música, su manera talentosa de sentir y expresar el tango.

Antes, largos meses previos, ya acorralada por el fin, pasaba largas horas no de espera y mucho menos de tristeza mirando al Sur por los ventanales de su departamento de la calle Rodríguez Peña, vía porteña, sencilla y tanguera aún en el Barrio Norte.

Miraba con los ojos y el corazón a ese punto del horizonte que podía ser su no muy distante Avellaneda, en el límite con Gerli, y hacia donde escribió alguna vez una frase que es una maravilla, una de esas cosas que solo los muy grandes son capaces de decir en dos palabras: No puedo decir que Avellaneda me gusta, sí puedo decir que la quiero, que es diferente.

De allá era, como dijo, a propósito, para empezar uno de sus tangos más enjundiosos, Sueño de barrilete: Nací en un barrio donde el lujo fue un albur, que es otra frase de aquellas, antológicas.

La conocí en persona no por los tangos, sino por El Gráfico, donde un día se me ocurrió pensar en su pluma para enfocar a Racing o Independiente, que es contar Avellaneda de una manera distinta. Y le gustó mi idea. Y varias veces más marqué su teléfono hasta para avanzar sobre Huracán y otro barrio querible, Parque de los Patricios. No le costaba mucho. Me mandaba una carilla en un rato. Y no por oficio. A Eladia le encantaba hablar y escribir de fútbol, que es decir barrio, gente, pasión, todo eso que a ella le dolía con sensibilidad y amor. Era hincha de Racing, me dijo, pero no odiaba al Rojo: no le resultaba ingrata Avellaneda, que es otro cantar.

Me enamoré de Eladia, de su forma de ser, de su humanidad, de su chamuyo: "¡Che, Natalio, me borraste, no escribo más para El Gráfico, me pusiste en el freezer!" Y cuánto más al hablar por línea directa, antes que la enfermedad avanzara impiadosa, de Astor Piazzolla, esa pasión que nos unía. Ella fue muy pero muy amiga de Astor, como pocos otros (o nadie) en la vida.

Tener en cuenta, muy en cuenta: solo a Eladia, y porque era Eladia, él dejó meter mano, para agregarle letra, a su música más sagrada, Adiós Nonino. El resultado fue excelente, aunque a ciertos pruritos piazzolleros, fundamentalistas ellos, la cosa sonara a herejía. A Astor le gustó, y no por amistad, sino porque ahí estaba Nonino, bien puesto sobre la vieja y gloriosa partitura.

Cantó y empezó a arar en los difíciles caminos artísticos con un repertorio español. ¿Y por qué no? Más legítimo casi imposible: papá era de Salamanca y mamá de Granada, y de ahí a amar a Federico García Lorca no había más que unas sevillanas, drama andaluz al fin. Y como la cosa era argentina a Eladia le estamparon el mote de ley: Gallega.

Difícil hasta lo engorroso era pelear por el tango en los ?60 y ?70. El rock había barrido. Solo Astor Piazzolla y alguno que otro muy contado trataban de salvar su música (vaya si Astor lo logró). La poesía tenía algunos mohicanos: Eladia, Horacio Ferrer, Chico Novarro, Héctor Negro, Juanca Tavera. Quizá en ese orden llegaron al corazón de la gente con su letras y sus tangos y baladas. A ella le dijeron, con razón, Discepolín con faldas. Y ahí están las pruebas: Mi ciudad y mi gente, Sueño de barrilete, A un semejante, Contáme una historia, Si Buenos Aires no fuera así (existe una versión formidable del Cuartero Zupay), Somos como somos, Siempre se vuelve a Buenos Aires, Adiós Nonino, Invierno Porteño (los tres últimos con música de Astor Piazzolla), El corazón mirando al Sur, Honrar la vida. Y hasta aquí apenas un catálogo de muestra.

Se nos fue Eladia, a sus 74, pero por mil más andará por la eternidad, mientras haya un barrio en Avellaneda y en Buenos Aires, mientras haya un tango debajo de la piel de los hombres y las mujeres del futuro.

Miraba hacia el Sur desde los ventanales de la calle Rodríguez Peña, sin bronca ante el fin que se acercaba. Sabía en su corazón que había cumplido y con creces. Eladia honró la vida.

Natalio Gorin

Yo añadiría a la lista de tangos el increíble Sin piel y una obra menor: Mi doble rol. A cambio, olvidaría algunos nacionalismos que perpetró. Pero esos se olvidarán solos. Y nos quedaremos con la que nos explicó nuestra propia historia. A cada uno de nosotros:
Regalé por no vender mi corazón,
hice versos olvidando
que la vida es sólo prosa dolorida...

2005-09-03 00:19 | Categoría: | Enlace permanente | Etiquetas: | Y dicen por ahí

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