Formé parte de en un grupo de trabajo electoral en las pasadas municipales. Para poner las cosas en contexto, hablo en concreto de la segunda fuerza política y de la tercera mayor ciudad de un país centroeuropeo.
Abríamos la discusión de la planificación de acciones electorales en un barrio con unas 10.000 viviendas. Me ofrecía para analizar datos demoscópicos, establecer perfiles y hacer un mapa por calles. Una vez que tuviésemos los perfiles podríamos repartir tarjetas postales con cuestionarios para poder hacer un mapa de expectativas. La respuesta reiterada del coordinador fue que ya sabíamos lo que la gente quería y lo que yo proponía era muy complicado. Fui incapaz de romper el muro de su empecinamiento. Ni me reveló lo que la gente quería, ni fue capaz de darnos los planes a ejecutar para acercarnos a los electores. Fue la última reunión que tuve con esa gente. Que conste que ganaron por goleada, pero me supo a poco. Quedé desilusionado de los políticos. En realidad no venden una buena gestión pública, como deberían. Se dedican a comercializar su propia imagen, y de rebote la del partido.
Por cierto, si alguien se pregunta si estos métodos de análisis son habituales, os puedo asegurar que sí. Me pasé casi 3 años con aplicaciones de márketing en una empresa farmacéutica. El proceso es tipo Big Brother. Cuando un viajante va a visitar a un médico, la base de datos le da un perfil de preferencias, afinidades, aversiones, relaciones con otros profesionales, capacidad de decisión, criterios de selección de tratamientos y un largo etc. hasta 200 características.
Los análisis de consumo en supermercados se basan en técnicas similares.
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