No puedo describir adecuadamente el campo de horror en el cuál mis hombres y yo estuvimos el último mes de nuestras vidas. Todo era tan estéril, tanto como el suelo de un criadero de cerdos. Cuerpos yacían por doquier, algunos en enormes pilas, algunos solitarios o en pares en el lugar exacto en el que habían caído. Tomó poco tiempo acostumbrarse a ver hombres, mujeres y niños colapsarse mientras caminaban a tu lado sin tratar de ayudarlos. Era necesario hacerse a la idea de que las personas no tenían valor. También a saber que 500 morían diariamente y que sería de ese modo por semanas antes de que cualquier cosa que pudiéramos hacer tuviera el más mínimo efecto. Sin embargo, no era fácil ver a un niño morir de asfixia a causa de la difteria y saber que una traqueotomía y cuidados de hospital hubieran salvado su vida. Se veían mujeres ahogándose en su propio vómito porque estaban demasiado débiles para voltearse y respirar; y hombres comiendo gusanos como si comieran pan solamente porque tenían que comer gusanos para vivir y para entonces les era difícil notar la diferencia. Obscenos montones de cuerpos desnudos en los que una escuálida mujer se recargaba mientras cocinaba en una fogata la comida que le habíamos dado. Hombres y mujeres cayendo en el lodo, en cualquier lugar, mientras la disentería les comía los intestinos; una mujer desnuda limpiándose con un poco de jabón, mientras estaba de pie rígidamente, con el agua de una pileta en la que flotaban los restos de un niño. Poco después de que la Cruz Roja británica llegara, puede ser que no haya conexión, llegó también una gran cantidad de lápiz labial. Esto no era para nada lo que queríamos, estábamos gritando por cientos y miles de otras cosas y no sé quién pidió lápiz labial. Deseo tanto saber quién lo solicitó, esa fue la idea de un genio encaramado en un brillo inmaculado. Creo que nada hizo más por la gente que estaba en el campo que el lápiz labial. Las mujeres estaban en la cama sin siquiera camisón pero con los labios escarlatas y las veías vagando sin nada más que una sabana en sus hombros, pero con los labios escarlata. Yo vi a una mujer muerta sobre una mesa de metal, su mano se aferraba a un lápiz labial. Al final alguien les dio algo para hacerlos personas otra vez, ellos eran alguien nuevamente, no nada más números tatuados en un brazo y pudieron interesarse en su apariencia. El lápiz labial les devolvió su humanidad.El correo que he recibido termina con el número 104112.
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Ahora entiendo lo de la fijación por el lápiz labial en el Mundo del Río. |
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En el museo de historia judía de Nueva York, la sala dedicada al Holocausto es muy pequeña y puedes elegir no entrar. Yo sí entré y vi entre otras cosas una cuchara atada a una correa de cuero. En un campo de concentración te podían matar por tener un objeto personal, y un prisionero tuvo escondida encima esa cuchara durante años para recordarse a sí mismo que era un ser humano. Ya es valor. |
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